La industria del transporte de carga es, sin duda, un eslabón fundamental en la cadena logística mundial. En territorio mexicano, por ejemplo, fue gracias a esta modalidad que los dos últimos años —de pandemia—, pudimos abatir al fantasma del desabasto de productos de consumo básico.
Si bien, el primer semestre de 2022 ha sido de recuperación para las empresas de transporte terrestre, también es cierto que hemos enfrentado cuellos de botella derivados de diversos desafíos, conocidos e inéditos, que van desde la escasez de operadores, la inseguridad carretera o las recientes regulaciones fiscales hasta el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania.
Más allá de ello, cada uno de estos retos —y todos los que no fueron mencionados—, significan una oportunidad de mejora y la posibilidad de apostar a la profesionalización de los actores en este rubro; a fin de aumentar la calidad del servicio y de reducir al mínimo riesgos y/o percances por falta de capacitación, seguridad o mantenimiento adecuado de las unidades.
Igual de importantes son los tópicos relativos a la falta de obra pública en las carreteras de nuestro país, a falta de una adecuada a legislación gubernamental a este respecto; lo que deriva en la incertidumbre comercial, tanto del prestador de servicios como del cliente de este.
Ser transportista en México es mucho más complicado que serlo en EE.UU. o en Europa. Debemos de adaptar, de hecho, sus buenas formas de operación a nuestro entorno, en busca de elevar el nivel de servicio a estándares internacionales. Mejores prácticas administrativas y mayor disciplina por parte de los operadores son factores fundamentales para lograrlo. Tenemos aún muchas áreas de oportunidad en este sector, mismas que deben motivarnos a generar, de una vez por todas, un esquema de trasporte 100% profesional.